No entiendo por qué las mujeres teniendo
sus prendas tan ordenadas y clasificadas, no terminan de elegir qué ponerse.
Sostengo la hipótesis de que las más propensas a llegar tarde a sus jornadas laborales
son las más bonitas, y precisamente aquellas que tienen que enfrentar estas
minucias a la hora de vestirse.
Yo, hablando de los hombres, soy ordenado y a la vez desordenado. No tengo un ropero,
para empezar; pero trato de llevar la fiesta en paz con mis prendas. Las que
son para trabajar, las que son de casa, las que son para dormir, para hacer
deporte, para ir a Lima, para salir por ahí y para realizar labores en casa. Cuando se mezclan,
generalmente una vez al mes; ahí comienza la chamba y de paso el inventario.